miércoles, 31 de marzo de 2010
Jolgorio
Estimado Hank:
Ojito cuidado. Una borrachera de emociones. Vuestra respuesta aturde. Fredo y un servidor (que ha demostrado sus cualidades debajo del arco), seguimos pegados al ordenador. Nuestros castigados organismos (ese píloro) están sufriendo una inverosímil mutación. Faemino y Cansado. Rinconete y Cortadillo. Stewie y Brian. Escoged el que más rabia os dé.
Pero antes de enredarme más entre las ramas de mi paranoia ("like a fucking chimp"), sólo me queda daros las gracias. Una vez más. ¿Por qué no, coño?
Me habéis emocionado. Habéis logrado que haya reído tanto como la primera vez que vi Torrente 2. Y creedlo, agujetas instantáneas, como el Nesquick.
Por referencias, creo que ya se me ha notado. Recuerdo aquella campaña para convertirme en delegado de clase de la facultad. Sin desearla, pero para nada odiarla. Y acabé como subdelegado. Rasca pelotas. ¡Si eres inteligente vota a Torrente! ¡Torrente, con la buena gente!. Luisito, sublime. Apuntabas maneras. Los palillos qué, para tocar el tambor...
Me vuelvo a liar. A ver... El resultado final se merece un homenaje y, tras repasar el rodaje, me vienen a la mente las escenas memorables de cada uno de los protagonistas. Entonces, no cabe otra cosa que apostillar de forma concisa sus hazañas. Se lo merecen.
Feno, acojonante la ametralladora.
Fofo, "Óscar al mejor actor". "Y... Viva España!". Jijiji.
Carmen, la de alegría que brindas: "Eso... lo que cantabas en la ducha".
Bea, grandiosas las fotos menos en las que salgo yo. No me hace justicia la cámara.
Pepe, cómo te camuflas. Se nota que pescas.
Lagarto, sin complejos y con placaje.
Varo, ese vinacho...
Henar, la inesperada que se lo pasó pirata.
Jimbo... a pesar de la resaca.
Patri, encantadora y predispuesta, como siempre (no pienses mal Lagarto).
Mariete, el sombrero que no se cayó con las palomitas. Tendré que dedicarte mi gatuno vuelo.
Lucía, lo que te costó. Madre mía.
José Emilio (y no Amavisca, sino Colodrón). Dos tomas y la frase más emotiva. Míster eficacia.
Y Fredo y Felipe, magníficos en la dirección. Muy profesional. Sub machine gum!
Mientras, el menda lerenda se limitó a hacer lo que debía ante tal expectación. Vale... también a comentar el tamaño de sus "easter eggs"...
martes, 30 de marzo de 2010
Someday
Estimado Hank:
Siento la demora. Perdóname por haber estado una semana sin enviarte una misiva. Siempre me pasa lo mismo. Me aturullo y soy incapaz de sentarme para narrar más desventuras.
Mi relato se había estancado en las horas previas a la final de la Eurocopa entre Alemania y nuestra amada España. Y parado como un avión de mármol va a seguir, pues este "escupitajo-post" va dedicado a todos los que habéis ayudado a la creación del vídeo que puede llevarnos a Fredo y a mí a Sudáfrica.
No sólo a los que habéis intervenido directamente en la grabación, a los que os debo mucho, "of course", sino que también es menester quitarse el sombrero y cumplir con una sincera reverencia ante todos los que estáis ansiosos por descubrir el producto final y los que habéis estado apoyando con vuestros calurosos mensajes.
Sin vosotros no hubiéramos encontrado la fuerza para embarcarnos en esta alocada aventura que ha desembocado en un vídeo emocionante, alocado y expresivo del que nos encontramos muy orgullosos.
¿El rodaje? Perfecto. En forma y hora. En diversión y complicidad. En resultado y vistosidad. De realizar una gran palomita ante el compromiso y la efusividad de la hinchada a formular preguntas serias mientras comandaba mi destartalada barcaza. Por el amor "the god"...
Ha sido un trabajo meticuloso y tardío, pero ha merecido la pena tanto como ir a un karaoke con Leonardo Dantés y Cañita Brava (Torrente, me debe diez mil pesetas en güisqui). Nos hemos reído muchísimo haciéndolo y eso, creo que se nota. Para mí, fundamental.
Un especial agradecimiento va dedicado, al margen de a Fredo y Felipe por su trabajo, a mi capitán, al dorsal número diez de explosiva zurda. Sin tu mano izquierda y tu predisposición nuestra idea se hubiese convertido en miseria.
También me acuerdo del "maldito bastardo". No consiguió frenarme y logré un final semejante al que anhelaba. Encima, Álvaro Arbeloa marcó ayer un golazo. Mejor... imposible.
Por abreviar. Grazie mile.
El sueño continúa...
martes, 23 de marzo de 2010
Legendario III
Estimado Hank:
La multitud nos atrajo como unos tacones rojos de diez centímetros. Sin saber cómo llegamos a la plaza donde se sitúa la Catedral de Viena y donde confluía toda la algarabía que la bulliciosa afición española exhibía sin complejos. Habíamos efectuado con entusiasmo el calentamiento o rodaje, como prefieran, y estábamos más que preparados para vivir con frenesí lo que se nos presentase en las horas previas a la final de la Eurocopa.
Empero, teníamos varias tareas que realizar antes de mezclarnos entre la hinchada. La primera, regatear varias camisetas y bufandas conmemorativas que certificasen nuestra hazaña a pesar de las pruebas gráficas. La segunda, y más complicada, pintar nuestros rostros de rojo y gualda antes de permitir que el furor que fluía por nuestras venas nos negase el raciocinio, el cual ya estaba bastante mermado de por si.
Ya habíamos mantenido el primer contacto con varios grupos de Erasmus que también cubrieron cientos de kilómetros hasta aterrizar en Viena. Sus sensaciones, idénticas. El calor, sofocante, para nuestro regocijo. Ya me entienden. Cantamos y bailamos con defectuosa coordinación al compás de la charanga y los himnos que durante aquel torneo se extendieron. Asimismo, nos acordamos de la novia de algún jugador alemán que, en nuestra canción, le ponía los cuernos con un corajudo central del combinado nacional. Al enemigo, ni agua. Cerveza, a lo mejor. Sólo si se pueden hacer "business".
No obstante, nos apartamos un poco para acometer nuestra obra pictórica. Millu empezó con javi, mientras yo observaba el estropicio. Después, Javi siguió con Millu. Algo mejor, pero yo ya tenía claro que ninguno de los dos iba a ser el que embadurnase mi cara de rojo y amarillo.
Hacían lo que podían y yo, pobre de mi, me encargaba de compartir nuestros colores con las austríacas que se acercaban a nosotros con el objetivo de lucirlos también. Hasta unas señoras que parecían las chicas de oro se fueron con nuestra serigrafía en sus mejillas. Al igual que una despistada pareja de turistas ingleses que parecían vivir ajenos al fútbol. Horas más tarde se unieron a nosotros en la apoteósica celebración. La furia roja se contagia. Qué le vamos a hacer.
En una de estas, y en uno de los pocos ataques de agudeza que me quedaban, logré con el "sorry, can you paint me" que una "agradable" austríaca realizase una obra de arte que no sé si supe agradecerle debidamente. El resultado, grandioso, pues, ipso facto, mis secuaces me colgaron la medalla de oro, a pesar de que, en las fotos, algunos me comparen con una tortuga ninja. Mi favorita era Donatello.
La multitud nos atrajo como unos tacones rojos de diez centímetros. Sin saber cómo llegamos a la plaza donde se sitúa la Catedral de Viena y donde confluía toda la algarabía que la bulliciosa afición española exhibía sin complejos. Habíamos efectuado con entusiasmo el calentamiento o rodaje, como prefieran, y estábamos más que preparados para vivir con frenesí lo que se nos presentase en las horas previas a la final de la Eurocopa.
Empero, teníamos varias tareas que realizar antes de mezclarnos entre la hinchada. La primera, regatear varias camisetas y bufandas conmemorativas que certificasen nuestra hazaña a pesar de las pruebas gráficas. La segunda, y más complicada, pintar nuestros rostros de rojo y gualda antes de permitir que el furor que fluía por nuestras venas nos negase el raciocinio, el cual ya estaba bastante mermado de por si.
Ya habíamos mantenido el primer contacto con varios grupos de Erasmus que también cubrieron cientos de kilómetros hasta aterrizar en Viena. Sus sensaciones, idénticas. El calor, sofocante, para nuestro regocijo. Ya me entienden. Cantamos y bailamos con defectuosa coordinación al compás de la charanga y los himnos que durante aquel torneo se extendieron. Asimismo, nos acordamos de la novia de algún jugador alemán que, en nuestra canción, le ponía los cuernos con un corajudo central del combinado nacional. Al enemigo, ni agua. Cerveza, a lo mejor. Sólo si se pueden hacer "business".
No obstante, nos apartamos un poco para acometer nuestra obra pictórica. Millu empezó con javi, mientras yo observaba el estropicio. Después, Javi siguió con Millu. Algo mejor, pero yo ya tenía claro que ninguno de los dos iba a ser el que embadurnase mi cara de rojo y amarillo.
Hacían lo que podían y yo, pobre de mi, me encargaba de compartir nuestros colores con las austríacas que se acercaban a nosotros con el objetivo de lucirlos también. Hasta unas señoras que parecían las chicas de oro se fueron con nuestra serigrafía en sus mejillas. Al igual que una despistada pareja de turistas ingleses que parecían vivir ajenos al fútbol. Horas más tarde se unieron a nosotros en la apoteósica celebración. La furia roja se contagia. Qué le vamos a hacer.
En una de estas, y en uno de los pocos ataques de agudeza que me quedaban, logré con el "sorry, can you paint me" que una "agradable" austríaca realizase una obra de arte que no sé si supe agradecerle debidamente. El resultado, grandioso, pues, ipso facto, mis secuaces me colgaron la medalla de oro, a pesar de que, en las fotos, algunos me comparen con una tortuga ninja. Mi favorita era Donatello.
jueves, 18 de marzo de 2010
Legendario II
Estimado Hank:
Ciertamente, el punto en el que nos encontramos de nuestro relato dibuja en mi rostro una melancólica sonrisa. Se me olvidarán cosas. Otras, en cambio, enalteceré. ¿Quién sabe?. Y es que, a lo largo de las veinticuatro horas en las que deambulé por las calles de Viena pude conjugar la pasión balompédica, el amor patrio y una fiesta legendaria.
No era una parada en el camino. No era un punto del mapa marcado en rojo con premeditación. Puede que, por eso precisamente, acabó convirtiéndose en un apoteósico cierre a unas vacaciones que tatué por siempre en mi retina. Por si acaso, hay pruebas gráficas.
En los días previos, me reencontré en Lieja (Bélgica) y Hertogenbosch (Holanda) con amigos de garganta aguardentosa. Juntos, entre otras cosas, gozamos con el 3-0 que endosó España a Rusia en unas brillantes semifinales.
La celebración comenzaba y nuestra comportamiento rozó el notable. La polaca con miedo a los conejos, el barco de Maastricht, el Carrer de Lieja y su cerveza Primus, las termas de Spa, las partidas en la consola de Hertogenbosch o el billar raro de Kortrikj.
Pinceladas, retales de júbilo, y una alocada decisión. Un viaje de "pirados" (lamento el tópico) desde Lieja hasta Viena (unos mil kilómetros) en una noche. Tres, los conductores para un renault clio que estaba a punto de atravesar Alemania vestido de rojo y gualda. La cuestión era iniciarse en el noble arte de la intimidación.
Nos turnamos religiosamente, lo que convirtió la travesía en un viaje casi placentero. El destino nos embriagaba y la impaciencia se aplacaba con alguna que otra cabezada, mientras los tenues rayos de luz del amanecer teutón perforaban las banderas que, sujetadas por las ventanillas, ondearon horas más tarde por la capital austríaca. La banda sonora; el "mira cómo gana la selección, España está aplastando a...". ¿Cuántas veces seguidas la pusimos Bouzas?
La primera parada fue un McDonalds. Había que desayunar como Dios manda para aguantar la maratoniana jornada que nos aguardaba. Al mismo tiempo, un par de docenas de la cerveza belga más barata se enfriaba junto a una de las salidas del aire acondicionado del vehículo. Sí, se bebieron calientes. Y bastante rápido.
Tras el saludable ágape, nos dirigimos al centro neurálgico del meollo. Guiados por un policía vienés muy considerado aparcamos en la puerta del Parlamento. Éramos de los primeros españoles en llegar, y eso, en parte, nos facilitó la instalación del campamento base. Recargamos provisiones, amarramos la cerveza y las pinturas no sin antes teñir nuestros cabellos con los colores del emblema nacional.
Dimos un garbeo por la "Fanzone". Un somero reconocimiento durante el que hubo tiempo para intercambiar opiniones y cánticos con algunos hinchas alemanes, emular a Casillas en una colchoneta hinchable de color negro (a quién se le ocurriría poner eso al sol) y conocer a los primeros compinches de la hazaña.
Después, nos maravillamos con la magnánima y pulcra Viena imperial, antes de citarnos con unos dos mil españoles que en la plaza de la Catedral ya se desgañitaban con fervor.
La locura se inicia en este preciso instante...
Ciertamente, el punto en el que nos encontramos de nuestro relato dibuja en mi rostro una melancólica sonrisa. Se me olvidarán cosas. Otras, en cambio, enalteceré. ¿Quién sabe?. Y es que, a lo largo de las veinticuatro horas en las que deambulé por las calles de Viena pude conjugar la pasión balompédica, el amor patrio y una fiesta legendaria.
No era una parada en el camino. No era un punto del mapa marcado en rojo con premeditación. Puede que, por eso precisamente, acabó convirtiéndose en un apoteósico cierre a unas vacaciones que tatué por siempre en mi retina. Por si acaso, hay pruebas gráficas.
En los días previos, me reencontré en Lieja (Bélgica) y Hertogenbosch (Holanda) con amigos de garganta aguardentosa. Juntos, entre otras cosas, gozamos con el 3-0 que endosó España a Rusia en unas brillantes semifinales.
La celebración comenzaba y nuestra comportamiento rozó el notable. La polaca con miedo a los conejos, el barco de Maastricht, el Carrer de Lieja y su cerveza Primus, las termas de Spa, las partidas en la consola de Hertogenbosch o el billar raro de Kortrikj.
Pinceladas, retales de júbilo, y una alocada decisión. Un viaje de "pirados" (lamento el tópico) desde Lieja hasta Viena (unos mil kilómetros) en una noche. Tres, los conductores para un renault clio que estaba a punto de atravesar Alemania vestido de rojo y gualda. La cuestión era iniciarse en el noble arte de la intimidación.
Nos turnamos religiosamente, lo que convirtió la travesía en un viaje casi placentero. El destino nos embriagaba y la impaciencia se aplacaba con alguna que otra cabezada, mientras los tenues rayos de luz del amanecer teutón perforaban las banderas que, sujetadas por las ventanillas, ondearon horas más tarde por la capital austríaca. La banda sonora; el "mira cómo gana la selección, España está aplastando a...". ¿Cuántas veces seguidas la pusimos Bouzas?
La primera parada fue un McDonalds. Había que desayunar como Dios manda para aguantar la maratoniana jornada que nos aguardaba. Al mismo tiempo, un par de docenas de la cerveza belga más barata se enfriaba junto a una de las salidas del aire acondicionado del vehículo. Sí, se bebieron calientes. Y bastante rápido.
Tras el saludable ágape, nos dirigimos al centro neurálgico del meollo. Guiados por un policía vienés muy considerado aparcamos en la puerta del Parlamento. Éramos de los primeros españoles en llegar, y eso, en parte, nos facilitó la instalación del campamento base. Recargamos provisiones, amarramos la cerveza y las pinturas no sin antes teñir nuestros cabellos con los colores del emblema nacional.
Dimos un garbeo por la "Fanzone". Un somero reconocimiento durante el que hubo tiempo para intercambiar opiniones y cánticos con algunos hinchas alemanes, emular a Casillas en una colchoneta hinchable de color negro (a quién se le ocurriría poner eso al sol) y conocer a los primeros compinches de la hazaña.
Después, nos maravillamos con la magnánima y pulcra Viena imperial, antes de citarnos con unos dos mil españoles que en la plaza de la Catedral ya se desgañitaban con fervor.
La locura se inicia en este preciso instante...
Legendario
Estimado Hank:
Las siguientes citas, 2000, 2002, 2004 y 2006, se parecieron demasiado, casi como un calco. La barrera histórica cada vez era más ancha y su argamasa más consistente. Por ello, el tirón de la roja se hacía año a año añicos. Siempre existía, pero la cuerda se rompía por el mismo sitio una y otra vez. Se cambió la resignación por la frustración. No sé cuál de los dos cromos me gusta menos.
Pero en 2008, en Viena, el sueño empezó a hacerse realidad...
Las siguientes citas, 2000, 2002, 2004 y 2006, se parecieron demasiado, casi como un calco. La barrera histórica cada vez era más ancha y su argamasa más consistente. Por ello, el tirón de la roja se hacía año a año añicos. Siempre existía, pero la cuerda se rompía por el mismo sitio una y otra vez. Se cambió la resignación por la frustración. No sé cuál de los dos cromos me gusta menos.
Pero en 2008, en Viena, el sueño empezó a hacerse realidad...
miércoles, 17 de marzo de 2010
Operación Gato
Estimado Hank:
Éramos conscientes de la complejidad de la misión. Un objetivo inalcanzable, no imposible. Dos ibuprofenos. El sombrero bien colocado, el equipo listo y el micrófono entre mis dedos. Fredo, sujeta la cámara y guía mis movimientos. El entusiasmo se mantiene intacto, aunque no era el día más propicio para que aflorase.
No se puede decir que no lo intentamos, que no estuvimos avezados y atentos a las pocas ocasiones que se nos presentaron, pero, finalmente, la Operación Gato terminó con un desenlace para nada satisfactorio. No en vano, el sueño no se evapora, pese al desánimo. Las collejas de Faizullin doblaron mi columna pero no me la partieron.
Nos sumergimos entre la multitud. Preguntamos sin pelos en la lengua y comprobamos que la imaginación descansa los domingos por la noche. Encuestas que arrojan una futura propensión al nudismo si Casillas, objetivo de nuestra misión, levanta la Copa del Mundo de aquí a unos meses.
Ya dentro del vetusto estadio José Zorrilla y antes de que el encuentro de la vomitiva manipulación informativa comenzase, Miguel Delibes recibió un homenaje precioso y brillante. Un minuto de prosa sobre su afición al fútbol y al Real Valladolid extraído de su libro "Mi vida al aire libre". Sesenta segundos en los que sólo se escuchó la pluma del "maestro" y que desataron el aplauso más largo que se recuerda en el estadio de La Pulmonía.
Después, la paloma que se soltó como colofón al entrañable acto sobrevoló el área en el que atacó durante el primer tiempo el Real Valladolid. Como si el alma del escritor quisiese también empujar hacia la machada.
Ésta, como todo en este frío domingo, resultó imposible. Primer varapalo, aunque ya habíamos curtido nuestras posaderas para dicho puntapié. 1-4, y el divismo blanco que se apodera de nuestra casa, no solo sobre el verde mimado por Jesús Navarro. También nos marca pautas y nos aprieta los grilletes para contar la historia como les conviene. No es nuevo. Su voz suena más alto. Nada más.
El Santo se escapa. La divina providencia no se alía conmigo y, ni siquiera Arbeloa, a pesar de que se mostraba conforme, atiende a nuestras plegarias. Un "maldito bastardo" (y no era el teniente Aldo Rein) con apariencia demoníaca me lo impide.
El camino hacia la ensoñación se torna empedrado y angosto. Da igual. Ésta sigue siendo tangible. Con vuestro apoyo en las redes sociales y en este humilde blog, la senda hacia Sudáfrica se allanará. Entonces, podré compartir con vosotros el sueño que todos tenemos. Ser el altavoz de cómo lo vivís y cómo lo sentís. Relatar por qué la pasión por la roja os hace llorar de alegría.
Viví algo que se asemeja en Viena. Pero, de momento, mi última referencia alude a la edición de Francia 1998. Ya se andará...
sábado, 13 de marzo de 2010
Tristeza
Estimado Hank:
Un día triste el de. Nos abandonó un paisano de grandiosa pluma. Admirado y querido. Defensor de lo nuestro y maestro de escritores y periodistas. Se fue dejando a sus espaldas cariño a raudales y una obra eterna.
Una de sus pasiones era el fútbol, junto con la caza y el ciclismo. No obstante, denostaba el divismo que atrapaba en sus redes durante las últimas décadas a los futbolistas. El mismo que hoy impera salvo en contadas excepciones. Una noticia que ha afligido Valladolid y de la que sólo quiero hacerme eco en este "escupitajo-post". Es de ley.
Pesadumbre diferente a la padecida en otra tarde de junio. Esta vez, Francia 1998. Funesto recuerdo. Batacazo doloroso, como un rechazo sin piedad de la mujer amada. Rabiosas lágrimas con la oreja pegada al transistor. Impetuosas ganas de estar al otro lado para criticar con una ferocidad sustentada por argumentos.
Entonces, a mi sueño se le sumó un objetivo. Mi vocación profesional germinaba.
jueves, 11 de marzo de 2010
La hoguera
Estimado Hank:
Ese mismo día, antes de que Morfeo me hipnotizase con un sueño premonitorio (al menos eso espero), las llamas de la hoguera de San Juan convirtieron en cenizas el deseo en el que desembocó mi frustración. La Copa diseñada por Silvio Gazzaniga para el Mundial de 1974 mira al cielo mientras las serpentinas rojo y gualda se posan sobre el verde. De nuevo, el llanto, aunque éste es producto del éxtasis y la incredulidad.
Ilusiones fantasmagóricas que año tras año, Eurocopa tras Mundial, se desvanecían por el retrete de las hazañas imposibles. Expectación, fracaso y portadas de diarios deportivos que quitaban las ganas de investigar su fútil contenido.
Mucha envidia, no se si sana o dañina, pero, al fin y al cabo, un resquemor que carcome y desgasta, a pesar de que el sueño, cada dos años, nos asaltaba de nuevo con insistencia y pesadez.
La noche de aquel 23 de junio de 1996, delante de esa fogata preparada en nuestra ruinosa cancha de tenis, anhelé participar en el histórico relato. Vivirlo y sentir que mi garganta, rasgada y extasiada, había empujado al combinado patrio hacia la victoria final.
Ya en el catre, esa ambición endulzó una cálida noche de verano. Una quimera reconfortante y que no se olvida fácilmente. Por lo menos, al levantarme a la mañana siguiente mi cerebro no pulsó el botón de reiniciar. Y, desde entonces, ya ha llovido.
martes, 9 de marzo de 2010
I had a dream.
Estimado Hank:
I had a dream.
Un sueño de la pubertad. Instantáneas de jolgorio con las sábanas sobre el suelo y la ventana abierta. La decepción, reciente."Football´'s coming to home", de los Simply red, banda británica liderada por aquel cantante lechoso, casi albino, y de pelirroja melena rizada, indomable en la montaña rusa, dejaba de sonar en territorio rojo y gualda.
Un servidor acababa de celebrar su decimotercer cumpleaños. Trece primaveras. Curiosamente, trece, mi número de la buena suerte. Por eso me va tan bien.
Disfruté aquel día. Hamburguesas y coronas. Largueros y lágrimas.1996 no iba a ser el año. En Inglaterra, imposible. Y menos en los penaltis. Otra vez, cuartos de final, al igual que dos años antes cuando el bueno de Luis Enrique acabó el partido con la camiseta ensangrentada. No consigo recordar el nombre de aquel pueblo próximo a las Rías Baixas.
Dolorosa metáfora. Como la de aquella sobremesa en el centro comercial. Hierro, al larguero. Despedidas en procesión y vuelta a casa. El lecho, caliente, demasiado pegajoso para ser 23 de junio. Al final, conseguí dormirme...
I had a dream.
Un sueño de la pubertad. Instantáneas de jolgorio con las sábanas sobre el suelo y la ventana abierta. La decepción, reciente."Football´'s coming to home", de los Simply red, banda británica liderada por aquel cantante lechoso, casi albino, y de pelirroja melena rizada, indomable en la montaña rusa, dejaba de sonar en territorio rojo y gualda.
Un servidor acababa de celebrar su decimotercer cumpleaños. Trece primaveras. Curiosamente, trece, mi número de la buena suerte. Por eso me va tan bien.
Disfruté aquel día. Hamburguesas y coronas. Largueros y lágrimas.1996 no iba a ser el año. En Inglaterra, imposible. Y menos en los penaltis. Otra vez, cuartos de final, al igual que dos años antes cuando el bueno de Luis Enrique acabó el partido con la camiseta ensangrentada. No consigo recordar el nombre de aquel pueblo próximo a las Rías Baixas.
Dolorosa metáfora. Como la de aquella sobremesa en el centro comercial. Hierro, al larguero. Despedidas en procesión y vuelta a casa. El lecho, caliente, demasiado pegajoso para ser 23 de junio. Al final, conseguí dormirme...
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