jueves, 18 de marzo de 2010

Legendario II

Estimado Hank:

Ciertamente, el punto en el que nos encontramos de nuestro relato dibuja en mi rostro una melancólica sonrisa. Se me olvidarán cosas. Otras, en cambio, enalteceré. ¿Quién sabe?. Y es que, a lo largo de las veinticuatro horas en las que deambulé por las calles de Viena pude conjugar la pasión balompédica, el amor patrio y una fiesta legendaria.
No era una parada en el camino. No era un punto del mapa marcado en rojo con premeditación. Puede que, por eso precisamente, acabó convirtiéndose en un apoteósico cierre a unas vacaciones que tatué por siempre en mi retina. Por si acaso, hay pruebas gráficas.
En los días previos, me reencontré en Lieja (Bélgica) y Hertogenbosch (Holanda) con amigos de garganta aguardentosa. Juntos, entre otras cosas, gozamos con el 3-0 que endosó España a Rusia en unas brillantes semifinales.
La celebración comenzaba y nuestra comportamiento rozó el notable. La polaca con miedo a los conejos, el barco de Maastricht, el Carrer de Lieja y su cerveza Primus, las termas de Spa, las partidas en la consola de Hertogenbosch o el billar raro de Kortrikj.
Pinceladas, retales de júbilo, y una alocada decisión. Un viaje de "pirados" (lamento el tópico) desde Lieja hasta Viena (unos mil kilómetros) en una noche. Tres, los conductores para un renault clio que estaba a punto de atravesar Alemania vestido de rojo y gualda. La cuestión era iniciarse en el noble arte de la intimidación.
Nos turnamos religiosamente, lo que convirtió la travesía en un viaje casi placentero. El destino nos embriagaba y la impaciencia se aplacaba con alguna que otra cabezada, mientras los tenues rayos de luz del amanecer teutón perforaban las banderas que, sujetadas por las ventanillas, ondearon horas más tarde por la capital austríaca. La banda sonora; el "mira cómo gana la selección, España está aplastando a...". ¿Cuántas veces seguidas la pusimos Bouzas?
La primera parada fue un McDonalds. Había que desayunar como Dios manda para aguantar la maratoniana jornada que nos aguardaba. Al mismo tiempo, un par de docenas de la cerveza belga más barata se enfriaba junto a una de las salidas del aire acondicionado del vehículo. Sí, se bebieron calientes. Y bastante rápido.
Tras el saludable ágape, nos dirigimos al centro neurálgico del meollo. Guiados por un policía vienés muy considerado aparcamos en la puerta del Parlamento. Éramos de los primeros españoles en llegar, y eso, en parte, nos facilitó la instalación del campamento base. Recargamos provisiones, amarramos la cerveza y las pinturas no sin antes teñir nuestros cabellos con los colores del emblema nacional.
Dimos un garbeo por la "Fanzone". Un somero reconocimiento durante el que hubo tiempo para intercambiar opiniones y cánticos con algunos hinchas alemanes, emular a Casillas en una colchoneta hinchable de color negro (a quién se le ocurriría poner eso al sol) y conocer a los primeros compinches de la hazaña.
Después, nos maravillamos con la magnánima y pulcra Viena imperial, antes de citarnos con unos dos mil españoles que en la plaza de la Catedral ya se desgañitaban con fervor.
La locura se inicia en este preciso instante...

2 comentarios:

  1. peazo de post!! este le firmo como autentico! va cogiendo color y ritmo esto! me gussssta!

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  2. dan ganas de vivirlo !!q bueno !

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