Estimado Hank:
Ese mismo día, antes de que Morfeo me hipnotizase con un sueño premonitorio (al menos eso espero), las llamas de la hoguera de San Juan convirtieron en cenizas el deseo en el que desembocó mi frustración. La Copa diseñada por Silvio Gazzaniga para el Mundial de 1974 mira al cielo mientras las serpentinas rojo y gualda se posan sobre el verde. De nuevo, el llanto, aunque éste es producto del éxtasis y la incredulidad.
Ilusiones fantasmagóricas que año tras año, Eurocopa tras Mundial, se desvanecían por el retrete de las hazañas imposibles. Expectación, fracaso y portadas de diarios deportivos que quitaban las ganas de investigar su fútil contenido.
Mucha envidia, no se si sana o dañina, pero, al fin y al cabo, un resquemor que carcome y desgasta, a pesar de que el sueño, cada dos años, nos asaltaba de nuevo con insistencia y pesadez.
La noche de aquel 23 de junio de 1996, delante de esa fogata preparada en nuestra ruinosa cancha de tenis, anhelé participar en el histórico relato. Vivirlo y sentir que mi garganta, rasgada y extasiada, había empujado al combinado patrio hacia la victoria final.
Ya en el catre, esa ambición endulzó una cálida noche de verano. Una quimera reconfortante y que no se olvida fácilmente. Por lo menos, al levantarme a la mañana siguiente mi cerebro no pulsó el botón de reiniciar. Y, desde entonces, ya ha llovido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario